La Creación (IV)
El día cuarto
Dijo Dios: “Haya lumbreras en el firmamento para separar el día de la noche, servir de señales para distinguir las estaciones, los días y los años, y lucir en el firmamento del cielo alumbrando la tierra”. Y así fue: hizo Dios dos lumbreras grandes, la mayor para presidir el día y la menor para presidir la noche, y las estrellas; las puso en el firmamento del cielo para alumbrar la tierra, presidir el día y la noche y separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que estaba bien. Y entre tarde y mañana fue el día segundo. (Gen. 1:14-19).
Y la obra se extendía. Y la creación se dilataba. Y el juego se perpetuaba, se eternizaba, se inmortalizaba; desafiando así las propias leyes creadas por el Creador. Y como todo circulaba, a la mañana siguiente, procedió dios a continuar con el acontecimiento, con la creación.
Y para ello volvió a arrojar los dados en el otro tablero en un turno nuevo.
Pero esta vez, al evidenciar dios que el albor era intenso y la sombra extensa, generó en el otro tablero dos focos luminosos para separar, y distinguir así mejor, la luz de la oscuridad.
Y lo hizo justamente, sin desprecio ni culpa. Sin miedo ni recelo. Sin ansiedad, ni pánico. Sin ira. Porque comprobó desde su centro, desde su cielo, que ya dominaba -de forma estelar y sempiterna- los dos tableros. Tanto el uno como el otro.
Y concibió dios entonces dos fanales para alumbrar de forma distinta el juego; utilizándolos como guías, como directrices, como gobiernos.
Pero la tarde no sólo fue tarde, y la mañana no sólo fue mañana; porque justamente estos dos fanales crearon otros tiempos en el interior de los dos primeros tiempos creados, al tiempo, en el primer tiempo: en el día primero, el principio de todos tiempos.
Y en este mismo instante, en esta nueva tanda, en esta nueva tirada de dados, en este movimiento, la luz y la oscuridad sirvieron para separar más tiempos dentro del propio tiempo.
Y de esta forma creó dios al tiempo, en el tiempo, dos tiempos distintitos dentro del propio tiempo, el del juego.
Pero al tiempo que cavilaba, que reflexionaba, que meditaba, que jugaba; observó cómo a una de las lumbreras –creadas por él mismo en este mismo turno- se le agotaba el tiempo de permanencia, de existencia, en el otro tablero.
Y en el ocaso, que acaso era el de su propio pensamiento, vio dios cómo se extinguía su tiempo en el tiempo. Y observó cómo todo transitaba, se movía, en dos tiempos que persistían, que cohabitaban al unísono, en más tiempos distintos dentro del propio tiempo.
Y como todo fluctuaba al tiempo en el tiempo, dios se preguntó:
- ¿Pero qué es el tiempo, sino movimiento?
Y como la oscuridad, la noche, las sombras y las tinieblas, se iban apoderando del otro tablero; a dios… ¡se le acabó el tiempo!
Y así, en el tiempo, entre tarde y mañana, fue el día cuarto.
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