Sin secretos
Hace mucho tiempo que decidí despojarme de cualquier cosa, sustancial o etérea, que supusiera un lastre para mi voluntariosa pero macilenta hechura. No lo hice por temeridad o imprudencia, ni por menosprecio o disfavor. Lo hice simplemente por descargar peso. Y muy concretamente por el que supone la rémora del secreto, que no es si no un fardo.
Al principio quemé algunos manuscritos -propios, de conocidos o de extraños- que guardaba en lugares donde solamente yo tenía acceso; y si algunos de vosotros al leer estas líneas os dais por referidos, no lo hagáis: lo hice por vuestro bien y, por supuesto, por el mío propio.
Más tarde -y los aludidos de alguna forma lo saben- decidí conferir a desconocidos algunos presentes que me dispensaron los que nunca estuvieron presentes, por lo que ahora permanezco sin envoltorios.
Luego, y os prometo que éste fue el que menos me costó en su despojo, me deshice de los elogios o dádivas contra mí acometidas. Para luego, finalmente, quedarme lleno de vacío.
Y ahora que ya estoy “ligero de equipaje” y esperando que tarde en partir “la nave que nunca ha de tornar” resurjo, aliviado de las cargas puestas (o interpuestas), libre. Sin secretos. Porque mi manso pensamiento no precisa de más espacio del que se presta en este medio.
David Lavilla Muñoz.
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